domingo, 11 de julio de 2010

Carrusel deportivo, CADENA SER



        No puedo escribir sobre Carrusel deportivo sin revivir emociones incrustadas; no puedo mencionarlo sin que emerja mi educación radiofónica sentimental. Carrusel fue el acompañante obligatorio de las infancias de quienes coleccionábamos álbumes de cromos de futbolistas, allá en los ochenta. Entonces, el fútbol parecía una disciplina más inocente de lo que ahora sabemos: no conocíamos los negocios de los presidentes, las vidas privadas o las neuronas vírgenes de varios futbolistas, las miserias de algunos entrenadores...; vivíamos la épica de las narraciones de Héctor del Mar, que nos inyectaban una forma de heroísmo, necesario en toda infancia: perder una liga en el último partido era un peso para toda la vida; los FC Barcelona-Real Madrid eran más decisivos entonces porque tenían el aura del misterio, sin el marketing visual. Pasó el tiempo y pasó la infancia, pero Carrusel seguía, y unos reporteros, llamados José Ramón de la Morena y Manolo Lama entre otros, llevaban los micrófonos a los banquillos mientras la radio deportiva pasaba una larga década de imperio discursivo de José María García, cuyo programa nocturno fue sacado del trono, más que por El larguero, por Carrusel, pues de allí procedían lamayor parte de los periodistas que tuvieron que doblar durante un tiempo su jornada laboral para mantener a los Deportes de la SER en en lugar que aún ocupan.

       Y así hasta los últimos años, en que nadie ha hecho sombra a Carrusel. No me extraña. Los intentos de aplicar el mismo formato llegan como mucho a la imitación insulsa, cuando no al ridículo caricaturesco de la COPE. Los índices de audiencia revelan que nada se mueve desde hace mucho en el seguimiento de Carrusel, pero esto no es necesariamente bueno, porque lo mismo le pasó a García antes de caer: que poca gente notó las grietas. Hasta hace nada, Carrusel ha sido un programa magníficamente dirigido por Paco González, que aparte de proporcionar el ritmo, la dosificación informativa y la atención, dotaba al programa algo que es necesario en todo proyecto radiofónico de esta época:  humor e ironía, desmitificaciones. Cualquier oyente de Carrusel se sabe de memoria unas cuantas corruptelas de ciertas victorias o algunos destinos irónicos de ciertos entrenadores, presidentes o jugadores. También, ha conseguido Carrusel algo casi imposible en los últimos años: ¡que las intervenciones de los oyentes mejoren el programa! Algo que resulta casi imposible, cuyo mérito atribuyo más a Jorge Hevia, atensísimo siempre, orador-francotirador. La selección de algunos comentaristas, como Petón, redundan en que Carrusel siga siendo indiscutible.

      Pero algunos momentos del Carrusel actual se han convertido en algo más discutible, que en ocasiones puede sonar a un reducto apolillado donde anida una realidad futbolera que no se ha acompasado al siglo XXI: Poli Rincón debe aportar, imagino, una audiencia carpetovetónica, pero su oratoria vacía solo se proyecta en alaridos testiculares de inteligencia nula. Es un personaje de Camilo José Cela, solo que en tercera persona aburiría menos, pues la ignorancia es siempre previsible. Algunos de los locutores locales también huelen a naftalina, pues después de treinta añoss siguen sin haber aprendido a cantar gol sin perforar el tímpano y a veces sin decir tres palabras con sentido (como en los que siguen al Atlético de Madrid, al Valencia, etc.). Otra cosa es ya el análisis de la narrativa futbolística; hemos superado la época del "acoso y derribo", pero no la del "respetable", la del "partido a vida o muerte" o la del "colegiado".

      El respeto hacia la figura de Pepe Domingo Castaño me hace no escribir sobre sus aportaciones actuales más allá de su labor de enlace publicitario, que no deja de notarse extraña en la época de Google. Igual que la figura de Manolo Lama reúne lo mejor y lo peor de Carrusel; se entiende que haya periodistas de equipos, pero no periodistas de jugadores; escuchar a Lama es recibir sus clases, o atender al abogado defensor de sus tres o cuatro alter ego, posiblemente los mismos con quien  a veces sale de cena.

     Las mismas cenas que los oyentes atentos podemos ir descodificando tras varias horas de Carrusel, pues el ambiente tabernario que a veces ocupa el programa convierte su contenido en digno de una ronda de chupitos. Momentos de vergüenza ajena hemos pasado algunos oyentes, y eso que solo hemos conocido las superbowl en diferido. El relax de la primera hora de los carruseles a veces ha degenerado en una comedia infecta de tono etílico.

     Estas cuestiones expuestas son mejorables; el grupo al que pertenece la SER se ha sabido siempre adaptar a los tiempos. Por eso es raro notar que Carrusel se haya ido convirtiendo es un programa local, de Madrid, pero un poco de pueblo. Una visión madrileñocéntrica se ha ido extendiendo en todos sus planteamientos. Los logros del FC Barcelona son los éxitos del otro, y excepto cuando hay vinculaciones personales profundas, como en los casos de Eto'o o de Iniesta (el hermano y el sobrino), se perciben los éxitos no madrileños como sospechosos. Cosa extraña en el grupo de prensa más plural en España. 

      No es lugar para otras conjeturas; posiblemente una futura crisis en el sútbol europeo y/o español destape la corte de los milagros en la que la prensa deportiva española parece haber colaborado.

      PD: durante el mundial, Laura Martínez se refirió a la cultura ""zen". Mientras Joseba Larrañaga buscaba en google qué era eso del "cen", con "c", Antonio Ruiz preguntaba sin rubor si lo "Zen" se puede medir en centímetros. Ni los mejores enemigos de Carrusel se atreverían a hacer algo mejor para ir en contra del programa.